sábado, 3 de diciembre de 2011

Rodolfo Restrepo


Estoy sentado en la misma silla, con la misma tasa, en camino del mismo poema, en la barra conjugo un par de palabras para llamar la atención de aquel cantinero: “repetir la tasa de café es una costumbre difícil de perder”, aquella tarde un compromiso inusual logró cautivar mi interés durante horas, tal cita la propuso un verso mal intencionado de otro poeta un tanto extraño, “no imaginé que tales palabras lograran tan cautivante armonía”; este verso inusual se hallaba a eso de más o menos dos mesas de la barra, sitio el cual yo había allanado horas atrás.

     De las letras mas rebuscadas en el álfate griego, dos de las cuales tal poema antioqueño no podría ser más que un real descubrimiento de mis ojos, “un tanto cansados, pero estimulados por la cafeína”, dos o tres veces leímos ambos en nuestros ojos un deseo palpitante, “ella de huída y yo de perseguirla.” Sonríe mientras tomo un poco distraído lo que antes pudo considerarse como aroma. Al salir de ese extraño lugar dirijo la mirada a la que pronto sería por los próximos cinco meses mi más pecaminoso logro.

     “Hola nunca le dije y adiós no pretenderé decirle”, ese día nos sentamos horas en la misma habitación, cruzando palabras que se convertían en oraciones, que en un discurso coherente no decían nada, “propongo, pues, una partida rutinaria hasta el próximo día”, no percatándome de la lucidez de mi idea y del nivel de comprensión tan básico de mi acompañante, ¿cómo termine en este lugar? Sería la pregunta que rondaría mi escaso cerebro durante los cuarenta años siguientes que me quedaban. 

     Recuerdo, pues, que dos horas antes de morir le grité en su rostro, si no te amara como te amo, ni moriría en este camino, ni miraría tu rostro con tanta lástima.

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