Nace un 6 de febrero de 1967 en la ciudad de los atardeceres, Santa Rosa de Osos, un domingo claro y soleado como ninguno, al filo del medio día y en medio de doce campanadas que anunciaron su llegada. Hijo de Hernando Rojas y Encarnación Rúa, el doceavo de los hijos, el niño, el consentido. Es Normalista, Maestro de Confesión y Zootecnista de profesión.
Licos, nace un día nublado, con el frío que cala los huesos en las agrestes montañas del norte de Antioquia y ante el sueño de libertad que exhala un lobo siberiano… Licos es un lobo hambriento de libertad. Licos comete poesía a través de la vida, no publica, no tortura con sus versos.
José Miguel cree que con la poesía se explora lo íntimo del ser humano; se traducen sentimientos e ideas en imágenes, metáforas, en palabras cuya combinación genera un ritmo, un mundo imaginario… La cadencia de estas marca el sabor con el que habrán de moverse los ojos del incauto lector que avasallado intenta desentramar un guión cifrado a través de escritos.
Para Licos, escribir no es más que dejar que sean las palabras las que cuenten su historia, no es más que dejar volar la imaginación para alcanzar lo inalcanzable, para explorar imágenes inexplorables, para compartir sueños, olores y sabores inencontrables.
La participación en lecturas de escritos en Don Matías, Santa Rosa de Osos, Caucasia y Yarumal lo lleva a recopilar sus escritos que se resumen en el tríptico “UN CANTO A LA LUNA".
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161
Los muertos de mi tierra
Están teñidos por las sombras
Que inclemente esculpe el radiante sol
En los surcos de su cuerpo.
Los muertos de mi tierra
Huelen al sudor que deja el largo trajín
De labrar la prometedora heredad
En busca del pan diario que habrán de comer sus hijos.
Los muertos de mi tierra
Llevan improntas en sus manos
Que recuerdan al hacha cantada
En sueños de loca realidad
Desde una fría falda del norte de Antioquia.
Los muertos de mi tierra
Reposan apilados en estrechas madrigueras
Cubiertos escasamente con el mismo manto
Que un día les dio de comer.
Recogen el sabor amargo de las lágrimas
Acumulan la incertidumbre de los corazones adoloridos
De aquellos que en vida no descansan buscándolos.
Sus muertos, los muertos del poder
Huelen a cianuro
Hieden a mentiras
Expelen el vinagre de sus engaños
Se pudren solos en ataúdes de oro.
163
Esbelta
Soberana
Tensa
Escurridizo
Huidiza
Rendida
Duerme en silencio
Tranquila
Deslizándose en ondas,
Sumergiéndose en visiones intemporales,
Placer del sueño ininterrumpido,
Pensamiento callado,
Piel ausente.
En lo más espeso de la noche
Una mano de agua
Busca asidero.
Fatigosamente trepa por sus muros
Mientras duerme.
No siente.
No percibe la búsqueda incesante.
La mano impaciente,
En su recorrido
Se estrella con la corola de su flor
Que húmeda y sedienta abre sus pétalos
En busca del intruso que la ha despertado.
Ella, vuelve del sueño
Como quien estuvo cercano a ahogarse.
La marea ha perdido toda calma.
La mano emisaria trajo tras de sí
A su dueño.
El ímpetu de la tormenta los arrastra.
No hay lucha.
No hay resistencia.
Ahora son una embarcación
Tripulada por besos
Fricciones
Golpes musicales
Lametazos de mustias gotas.
El huracán de sus bocas
Levanta magníficas olas sobre las que
Suben y bajan
Suben y bajan
Suben y bajan
En infructuosa navegación
De ruta indescifrable
Sin manos en el timón
No hay tiempo en la bitácora
Velas enloquecidas
Giros inesperados
Tripulación convulsionada en quejidos
Embarcación sin nortes ni latitudes
Sin rastro
Sin luces de faros
Llevada sin remedio a la orilla
Despojada despiadadamente de su rumbo
Empujada sin piedad
Al fin de su suplicio…
La luz de la aurora
Abrasó tibiamente
Los despojos en la arena
Del más feliz naufragio.
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