Santa Rosa de Osos, 1982. Artesano empírico, dibujante, pintor mágico y mitológico, escritor, fotógrafo, guionista y productor de cortometrajes. Fundador del Festival Independiente de Poesía Poetas Sin Voz y director de la revista que nace a partir de éste. Ha expuesto sus fotografías, pinturas y realizado numerosas lecturas en diversos festivales y encuentros culturales.
*****
Hocico de perro jadeante y desesperante.
Carroña come,
no por hambre,
no por vicio o necesidad.
Es sólo instinto lo que revelan sus ojos;
anochece y la ciudad se torna triste y agobiada, cansada de naufragar.
Las lobas en celo buscan su olor...
...y él las muerde,
excitadas corren a su guarida
con el deseo inflamando sus arterias
y el perro descansa de tanto alcohol
y tanto miedo.
Canta maldita canción
forever,
forever,
forever.
/...Stratovarius.
Encontró lo que buscaba
ahora cierra el libro
mañana será un nuevo día...
...forever,
forever,
forever.
La carne
Una vez tuvo ganas, pero no lo intentó, no dejó su pudor de moral atrás ni su asco de jugar con líquido de mujer entre sus dedos y de jugar a hacer figuritas imaginarias, tejidos diversos y viscosos. Él pensaba que las prostitutas eran mujeres extrañas carcomidas por el sudor y la mugre acumulada en sus barrigas anchas y cebos sudorosos que colgaban de sus cinturas como adornos grotescos de sus desvencijados cuerpos. Se estremecía pensando en meter sus manos bajo los calzones de las viejas prostitutas y encontrar allí un enredo de pelos grasientos y una enorme vulva mal oliente mientras recibía piropos y comentarios estúpidos en su oído: ¡Sí, papi! ¡Más, papi! ¡Dale, dale, papi! ¡Qué bueno que estás papi!
Su imagen quedó enredada en el, tal vez, más certero de lo que sería la realidad: nunca metería sus manos en sitios como esos, en la cloaca de los morbosos ancianos que dejan su pensión y su dignidad en el mismo orificio en el que dejaron su miembro durante escasos cinco minutos de vitalidad y gloria. Supuso que sería mejor pasar de largo y no encontrarse con los olorosos mendigos; aroma a cerveza de orines de caballo, a piojos y pies descascarados por su condición de indigentes y perros de las calles. No saludaría de mano ni miraría de frente a ninguno por no encontrarse golpeado por el mal aliento y sus escasos dientes en aquella boca de basurero, botadero de ilusiones y sueños acumulados con aroma a pollo asado, empanadas de quinientos y una Coca cola bien fría. No descansaría junto a los que poco saben de aseo, a los que nunca conocerán una ducha, o un lavamanos, a los que nunca expondrán su asqueroso trasero al suave roce de un papel higiénico triple hoja con olor a fresa y florecitas en relieve. Nunca sabrán qué es tener cincuenta pesos de mi sueldo porque nunca tocaré sus manos criadoras de gérmenes y bacterias…
...Él era el único que los respetaba, pensaba para sí mismo, porque nunca miró a las niñas indigentes con deseo, jamás giró su cabeza para ver sus cucos cafés cuando ellas se sentaban en los andenes con los pies bien abiertos y sus rodillas tocando sus hombros, lo haría, pensó, pero no de esa forma, no es esa la ventana que deseo abrir, no meteré mis manos al basurero humano, ni expondré mis ojos al absurdo desperdicio de la estética.
Todos gritan y esta vez nadie se detiene como generalmente ocurre cuando un indigente es víctima del puñal vengativo de los aseadores de la ciudad, los limpiadores del espacio público y de la basura humana, acreedores del buen vestir, señores de corbata, señoras de tacones altos, de mierda en el culo y bisutería, diputados, ancianos de sotana y una que otra estúpida ama de casa tal vez esposa de un señor policía…
…Nadie frenó sus pasos ni extendió sus manos para salvarlo de la muerte. Él cayó despacio, como en cámara lenta, como en las películas de su teatro favorito. Una bala perdida, o no tan perdida, golpeó su cabeza…
…Él moría lento, muy lento, lento, pero limpio, intacto ante el lado oscuro de la ciudad; sus dedos bien lavados al igual que su conciencia y su honor de caballero; sus ojos dejaron de pedir ayuda aunque buscaban desesperadamente una imagen que permitiera guardar en su memoria el mejor certificado de que estuvo vivo todo ese tiempo antes de que la bala impactara su cráneo.
La vida y la muerte se unieron esta vez y dejaron allí, justo en sus retinas, el último deseo de aquel caballero, del hombre sobrio y de excelentes modales, dejó plasmada en su memoria, como retrato a su ironía, la imagen de una descalza y mal oliente niña que se acercaba presurosa a su billetera mientras su corta falda le insinuaba al moribundo que sus calzones cafés teñidos por la mugre y el tiempo le hubieran dado y salvado la vida si unos minutos antes se hubiera detenido a mirarlos sabiendo en sí que no es la carne lo que se vende sino la esencia.