domingo, 24 de octubre de 2010

Fredy Martínez




Santa Rosa de Osos, 1982. Artesano empírico, dibujante, pintor mágico y mitológico, escritor, fotógrafo, guionista y productor de cortometrajes. Fundador del Festival Independiente de Poesía Poetas Sin Voz y director de la revista que nace a partir de éste. Ha expuesto sus fotografías, pinturas y realizado numerosas lecturas en diversos festivales y encuentros culturales.

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Hocico-perro-

Hocico de perro jadeante y desesperante.
Carroña come,
no por hambre,
no por vicio o necesidad.
Es sólo instinto lo que revelan sus ojos;
anochece y la ciudad se torna triste y agobiada, cansada de naufragar.
Las lobas en celo buscan su olor...
...y él las muerde,
excitadas corren a su guarida
con el deseo inflamando sus arterias
y el perro descansa de tanto alcohol
y tanto miedo.
Canta maldita canción
forever,
                                                                       
                    forever,
                                        forever.
                                                                         /...Stratovarius.
Encontró lo que buscaba
ahora cierra el libro
mañana será un nuevo día...
                                                     ...forever,
                          forever,

                                                                                                                       forever.



La carne

Una vez tuvo ganas, pero no lo intentó, no dejó su pudor de moral atrás ni su asco de jugar con líquido de mujer entre sus dedos y de jugar a hacer figuritas imaginarias, tejidos diversos y viscosos. Él pensaba que las prostitutas eran mujeres extrañas carcomidas por el sudor y la mugre acumulada en sus barrigas anchas y cebos sudorosos que colgaban de sus cinturas como adornos grotescos de sus desvencijados cuerpos. Se estremecía pensando en meter sus manos bajo los calzones de las viejas prostitutas y encontrar allí un enredo de pelos grasientos y una enorme vulva mal oliente mientras recibía piropos y comentarios estúpidos en su oído: ¡Sí, papi! ¡Más, papi! ¡Dale, dale, papi! ¡Qué bueno que estás papi!

Su imagen quedó enredada en el, tal vez, más certero de lo que sería la realidad: nunca metería sus manos en sitios como esos, en la cloaca de los morbosos ancianos que dejan su pensión y su dignidad en el mismo orificio en el que dejaron su miembro durante escasos cinco minutos de vitalidad y gloria. Supuso que sería mejor pasar de largo y no encontrarse con los olorosos mendigos; aroma a cerveza de orines de caballo, a piojos y pies descascarados por su condición de indigentes y perros de las calles. No saludaría de mano ni miraría de frente a ninguno por no encontrarse golpeado por el mal aliento y sus escasos dientes en aquella boca de basurero, botadero de ilusiones y sueños acumulados con aroma a pollo asado, empanadas de quinientos y una Coca cola bien fría. No descansaría junto a los que poco saben de aseo, a los que nunca conocerán una ducha, o un lavamanos, a los que nunca expondrán su asqueroso trasero al suave roce de un papel higiénico triple hoja con olor a fresa y florecitas en relieve. Nunca sabrán qué es tener cincuenta pesos de mi sueldo porque nunca tocaré sus manos criadoras de gérmenes y bacterias…

...Él era el único que los respetaba, pensaba para sí mismo, porque nunca miró a las niñas indigentes con deseo, jamás giró su cabeza para ver sus cucos cafés cuando ellas se sentaban en los andenes con los pies bien abiertos y sus rodillas tocando sus hombros, lo haría, pensó, pero no de esa forma, no es esa la ventana que deseo abrir, no meteré mis manos al basurero humano, ni expondré mis ojos al absurdo desperdicio de la estética.

Todos gritan y esta vez nadie se detiene como generalmente ocurre cuando un indigente es víctima del puñal vengativo de los aseadores de la ciudad, los limpiadores del espacio público y de la basura humana, acreedores del buen vestir, señores de corbata, señoras de tacones altos, de mierda en el culo y bisutería, diputados, ancianos de sotana y una que otra estúpida ama de casa tal vez esposa de un señor policía…

…Nadie frenó sus pasos ni extendió sus manos para salvarlo de la muerte. Él cayó despacio, como en cámara lenta, como en las películas de su teatro favorito. Una bala perdida, o no tan perdida, golpeó su cabeza…

…Él moría lento, muy lento, lento, pero limpio, intacto ante el lado oscuro de la ciudad; sus dedos bien lavados al igual que su conciencia y su honor de caballero; sus ojos dejaron de pedir ayuda aunque buscaban desesperadamente una imagen que permitiera guardar en su memoria el mejor certificado de que estuvo vivo todo ese tiempo antes de que la bala impactara su cráneo.

La vida y la muerte se unieron esta vez y dejaron allí, justo en sus retinas, el último deseo de aquel caballero, del hombre sobrio y de excelentes modales, dejó plasmada en su memoria, como retrato a su ironía, la imagen de una descalza y mal oliente niña que se acercaba presurosa a su billetera mientras su corta falda le insinuaba al moribundo que sus calzones cafés teñidos por la mugre y el tiempo le hubieran dado y salvado la vida si unos minutos antes se hubiera detenido a mirarlos sabiendo en sí que no es la carne lo que se vende sino la esencia.

Doranel R.J.


Yarumal, Antioquia, 1981. Licenciado en Educación Básica con Énfasis en Humanidades, Lengua Castellana de la Universidad de Antioquia. Sobresale como músico y compositor, pintor, dibujante, escritor, guionista y productor empírico de cortometrajes. Ha realizado numerosas lecturas y presentaciones musicales en diversos festivales y encuentros culturales y sociales. Actualmente es codirector del Festival Independiente de Poesía Poetas Sin Voz y editor de la revista de poesía que nace a partir de este festival.

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Bólido

A ti, joven

Olvida por completo tus raíces e historia,
a quién le importa realmente de quién
o de qué eres hijo o hija, cuáles son tus orígenes,
ya no se habla de veras,
sólo hay intercambios de servicios,
ya no tienes acceso a la palabra,
porque ya no estás pensando antes de actuar,
dedícate por entero
a satisfacer esos impulsos originales,
déjate atrapar por algún fanatismo
sin pasado ni futuro y quédate absorbido
por un ideal fusionario que te permita, por fin,
existir dentro de un grupo,
encontrar una identidad colectiva
por medio de la renuncia a cualquier búsqueda
de identidad social.



¿Tirano? Verdugo

El poseedor de esta mano es considerado un tirano, un príncipe que gobierna con crueldad en un mundo infestado de amor; fetiche de las personas. Mas el poder de este ser jamás ha sido injusto; no es ninguna dictadura semejante a la de Calígula, pues no es opresor, dedícase a transmitir, constantemente, la verdad, el conocimiento oculto de las sombrías calles, los oscuros rincones… ¿tirano? Verdugo.



Haikú

Un disparo
suena con silenciador:
¡Paz!



Ausencia

La balsa
en medio del océano
y el náufrago
en casa.



Muérdeme

Como la vida que así siento, muérdeme.

Cómo quieres que no silencie,
que mis manos permanezcan mudas,
que mis ojos prefieran callar al absurdo
y mi corazón no tome su arma
                                       –amar-
y lata sin vida, enmudecido,
y nada en mi mente quiera expresarse,
que hayan querido quitarse el habla
ante toda represión que has instaurado
si ni siquiera me has mordido.

Muérdeme
    si quieres que desaparezca este silencio,
si no,
no vuelvas a lavarte los dientes.

Yuliana Ochoa



Santa Rosa de Osos, 1992. Joven amante de la literatura y poetiza desde temprana edad. Es maestra en formación y participante del grupo Poetas Sin Voz desde sus inicios. Se destacó en el primer puesto en el Concurso Intermunicipal del Cuento en Santa Rosa de Osos y ha participado en algunos festivales de literatura juvenil con la lectura de sus poemas. Parte de sus escritos han sido publicados en las memorias de la revista de poesía Poetas Sin Voz.

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Sublevación

Dioses inventados por gnósticos escondidos y revolucionarios que quieren salir de la ignorancia, la maldita humanidad que corrompe a los oídos castos, media noche cómplice del sexo desenfrenado y prohibido. Letreros ofreciendo una puta inconformidad con la vida, viajes con marihuana para sonreír a la situación, mujeres que venden su cuerpo para pagarse un grano de arroz. Podría ser el mundo diferente, pero sería la misma tontería: corrupción, muerte y poder de la mano de un cachaco y una corbata, las mascotas de los ricos cagándose en la vereda del pobre, hombres de sodomía en secreto que señalan con su puto dedo a aquel que tiene menos.

Personas que mueren y a una fosa común han de llegar, porque su pasado y su presente no debieron importar, sacerdotes violadores, religiosas con vestido pecador, iglesias de la mafia y un sacristán que todo esto ignoró. Un hombre desde el cielo que mira cómo se acaba el mundo, le dicen “Dios” por llamarlo así, pero jamás ha venido a la tierra, temía ser fusilado y prefirió mandar a un hombre que fue crucificado. Crucifixión, hoy todos sufren en una maldita cruz, una cruz que para muchos está al revés.

Palabras que escapan de mi boca, pueden no tener valor, como la mano de aquel suicida que no entendió la vida y se la quitó. El viaje astral a un mundo deseado, súcubos e íncubos que violan a la virgen que dejó caer su desnudez; todo en esta vida puede suceder, aquí os digo: ¡Cuidado!, no dejéis que vuestra sabiduría se ciegue, id más allá de lo deseado por la mente común, buscad lo jamás buscado, añorad lo inimaginable y tendréis asegurado el reino de la sapiencia.

-junio de 2010-



El harapiento

Camino por la calle y veo cómo se gasta el aire que respiran mis pulmones fumadores, el agua que beben los sedientos y los ojos verdes que miran al cielo.

Paso y está allí mirando por su ventana, ese hombre harapiento con su aroma a violento, con sed de sexo y ginebra. Le hablo sin mirarlo, porque sus ojos llenos de lágrimas lastiman el más cruel sentimiento. Su voz ronca y silenciosa dice el nombre de aquella sombra sentada a la ventana.

Olvidos que se quedan con el tiempo, un hombre solo en su ventana viendo como todo pasa, una mujer que en su cama lo espera sin saber que no la ama; un sabor amargo queda cuando todo acaba. Me mira y extiende su mano, como pidiendo ayuda, esperando que lo salve; salvarlo de la muerte de su alma.

La mujer que lo espera desnuda en la cama empolvada ha muerto de soledad, esperando que su amado hombre la tocara, pero sólo usó sus propias manos para consolar su cuerpo cansado. Él la mira indiferente y la entierra con su mirada.

Camino por la calle y veo cómo se gasta el amor, cómo se muere el cuerpo y cómo mata la soledad.

-10 de agosto de 2010-

Jorge Ruíz


Cementerio
¿Jamás has visto al cielo desde un cementerio? El aire gélido y refrescante te da un sentimiento hogareño, un sentimiento de amor y cómo haz de odiar lo que será desde ahora tu nueva casa.
Desde el momento que entras tienes tu nueva identidad, tienes un solo cambio de ropa y, por qué no, saludas a tus vecinos de al lado, del frente y cuentas historias interminables, conoces a gente especial, pero aún así siguen muertas, no te preocupan los pisos, las paredes, la moda, el amor; ese sentimiento sigue vivo para ti, pero es muy difícil amar mientras careces de palpitaciones de corazón, los ojos se desprenden y así pierdes la visión, tus oídos y eres una masa isomorfa de huesos con piel.
La muerte entra gente nueva en intervalos de segundos, renegamos por el hacinamiento, pero es la muerte la que manda, tú sabes cómo es la muerte, tiene su tradicional capa negra y la hoz con la que arranca el cordón vital que nos separa de los vivos. La muerte designa a cada uno de nosotros para organizar la bienvenida a los nuevos; es usual usar un partido de fútbol, una noche de películas; las de suspenso son las más apetecidas; una noche de baile, pero a mí me gusta más el azar y les brindo incontables juegos de cartas, y apostamos; lo único que nos queda; años de muerto, no faltará quien desee volver a la vida, pero para qué si estar muerto es bueno, es gratificante, es como estar en otro mundo; algunos cargan sus demonios toda la vida y cuando llegan acá todo es paz y felicidad, muertos para siempre; muerto no respiraré.
Preguntan los familiares: -¿por qué carajos te fuiste? Dicen con lágrimas en la puerta de tu nueva casa, adentro, sin perillas, sin mirillas, decimos algo sonriente: -¿y tú cuándo vienes? Que este lugar es genial, una quietud inimaginable, no sientes hambre, sed y todos esos sentimientos como el amor que los humanos poseen, lo creas o no la muerte es generosa, es linda y nunca selecciona, es como debe ser: justa.
No existe el cielo, ni el infierno, es un lugar hermoso, un lugar revestido de rosas negras y estacas en punta con carteles que afirman los múltiples eventos, tiendas de cosas, como champú para almas, mascotas para almas y toda clase de cosas que las almas no necesitan; alguien al fondo de una colina muestra su imponente casa revestida de mármol con implantes de oro y diamantes que son la envidia de todo el lugar, los vivos lo llaman mausoleo, acá es una mansión de lo más elegante.
Con dinero para almas me compré un pequeño cuervo con sólo unas cuantas plumas, total, igual anda muerto, es en mucho tiempo algo parecido a un amigo, una compañía peculiar algo inteligente y misteriosa, mueve majestuoso su cresta como quien dice: ¡mírenme, acá estoy, por encima de ustedes!; simplemente me da algo de gracia, y así se pasan los días en el mundo de los muertos, y por eso no lo negaré de ninguna manera, amo estar muerto porque acá me siento realmente vivo en mi nuevo hogar, mi gélido y opaco cementerio.


El día en que decidí morir
Me despierto a eso de las 5:15 a.m., miro el calendario: lunes 4 de abril, y la semana apenas comienza, me pongo de rodillas y reniego como de costumbre a Dios: “sos el único perro a quien le pagan sin trabajar, mira el mundo como se cae a pedazos y tú espiando a las adolecentes por sus ventanas como joven de 15 años”.
Un café matutino y unas cuatro galletas, pero soy algo vanidoso y saco dos más, dándome un sentimiento de egoísmo al saber que mis compañeros de apartamento también debían desayunar; un baño de los más calientes como si un fuego invisible recorriera mi cuerpo simulando las llamas de un incendio; algo de lo más curioso, me gustaba el calor, y toda mi vida viví en una tierra tan fría como el Everest. La vestimenta: unos jeans negros, una camisa manga corta, unos tenis Croydon negros y un saco cuello V; es lo primero que saco del closet.
Revisión normal antes de salir: llaves, billetera y celular, todo en orden y emprendo partida para impartir mi clase; sí, soy un profesor de grado once de algo llamado filosofía, física y matemáticas; caminar, mi actividad física favorita; veo gente en sus empaques metálicos como sardinas en sus latas, sólo les falta estar llenos de salsa y serían iguales.
Entrar al colegio como de costumbre, paso por unos dos libros, no necesito más, pues me creo algo sobrado; en el salón, 45 personas entre hombres y mujeres y comienzo clase y me entretengo hablando de Nietzsche, de Descartes y de Newton; volteo a mirarlos y lo mismo de siempre: los niños que se creen galanes, las niñas que se creen salidas de miles de cuentos de princesas, los que duermen, al final de la fila el que me pone algo de atención, pero lo trato igual que a los demás, ya que me guío por el famoso adagio: “una manzana podrida daña a las otras”, y en ese salón sí que habían muchas de ellas, tarde o temprano se dañará.
Ya es de tarde y recurro a mi actividad física favorita, camino y pasan calles y calles y no llego a ningún lugar, me detengo a mirar niños jugar y me pregunto por qué aun los míos no han llegado, sería interesante desvivirse por otro, pero trato de recordar los miles de episodios donde mis sentimientos van muriendo uno a uno por un desfile incontable de hermosas mujeres que sin pena ni gloria pasaron por mi vida.
Las mismas cuatro paredes, la misma porquería de comida de todos los días y me entierro en la penumbra de mi habitación, como un vampiro entra a su ataúd para recuperar sus energías para la noche que sigue atormentar almas inocentes.
Me encanta contar historias de seres extraños, seres míticos o personas que asesinan, otras que son asesinas y me río de ellas en papeles que tirados en el suelo parecen hojas marchitas de un árbol, mi árbol de la vida; a la luz de las velas mis pensamientos se iluminan y simplemente escribo.
La noche, esa amiga de los inadaptados, de los vicios y de alguna gente común, pero para mí es como el manto oscuro que mata el día, subo a la terraza y algunas gotas de agua tocan mi piel confundiéndose con las lágrimas de mis ojos, unos cuantos rayos dibujan en el cielo graciosas figuras que son de mi total agrado, un pensamiento turbio se pasa por mi mente y escucho la misma voz que escuchaba desde los cinco años: -Sí, hijo mío, es momento, es momento de que te unas a mí. Es la bella muerte, bajó a organizar todo para mi muerte, así como una madre arregla a su pequeño niño para el primer día de escuela. La soga para mi cuello o el cuchillo para mis venas, aún no me he decidido cual, la misma voz: –Toma el cuchillo, será más lenta tu muerte y será más excitante. Rompo con furia la piel de mis muñecas, no muy profundo para estar consciente el mayor tiempo posible, la cara de la muerte es cada segundo más clara. Y por fin mi último suspiro y dejo de respirar. Llamaré a ese el día en que decidí morir.

Juan Arrabal


Santa Rosa de Osos, 1988. Estudiante de Licenciatura en Educación en Ciencias Sociales en la Universidad de Antioquia. Ha realizado varias lecturas de sus poemas en diversos festivales y encuentros culturales en el municipio. Algunos de sus poemas han sido publicados en las memorias de la revista de poesía Poetas Sin Voz y en el poemario “Letras que hablan”, 2011.

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Platónica

Desálmate Alma si así lo quieres,
Cántale al alba y despídele sonriente,
Mata el caminar como al olvido
Sin dar versiones al ágora mundana.
Vuelve a mí en tu ausencia pagana,
Déjate tú para seguirme en mi anaquel,
-riesgoso premio que se otorga la encantada
Por los versos que olvidé ayer-.
Enciérrate en cielos y desarma tu cabeza,
Soborna al tiempo para morirte otra vez,
Llora incesante sobre la buena hierba
Que he dado a ti, para hallarte inmóvil, aquí otra vez.
Vuelve al fantasma y róbame a mí.
Hazte mi sueño otra vez.



La Bordadora

Bordaba su gracia.
Bordaba sus manos.
Bordaba sus dedos.

Era más que hilos.
Mucho más que rojos hilos.
Mucho más que óseos hilos.

Solo hacía una gran maraña.
Con algo de piel, algo de olor, algo de ganas.
Con algo más de dolor, un poco de desamor.

Bordaba una ventana.
La bordaba sin lunas.
La gemía iracunda.

Olía a ricino, incienso y olvido.
Sabía a poderes con derrota en ritmo.
Sentía alivio. Delirio. Y ya.

Bordaba en Ella.
Bordaba en la paella.
Bordaba su jabón.

Tanta espuma,
Tanto miedo,
Fueron edredón.
Es ella experta
Es ella Una
Una maraña
Tan femenina
Tan compleja
Se bordaba.



Verdades Acuosas

Un puñado de versos traslúcidos
como agua de ira sudada
grita malherida en el alba
la pobre Andrea sin alma
que por amor y desventura
nada y solo nada encontraba.

Aguada la férrea sonrisa
olía a miedo en palabras
silencio tan raro y obtuso
rallaba con dudas rallaba,
tan duro pesar en el fruto
desalada la que antes se elevaba.

¿Qué pesada te has vuelto serena?
¿Qué llorona verdad hoy te tragas?
Acuosas verdades que alienan
que lavan el bien de tus sales.
¿A qué saben Andrea tus huellas
que se borran en egoístas andares?

Tengo ganas de darte tormentas
y te deshagas en lentos timbales
como muros de viento y arena
sin milagros, pero sin males.

Leonardo Rendón V. (Falleció en febrero de 2012)



Laura

Laura buscaba thinner para las uñas de sus pies. Así. Buscando fue que fue a dar a una cantina donde alguien muy quedo le sopló al oído: ¿tienes ganas de un puntapié en las intersecciones de los dientes? A lo que Laura respondió con tres dientes en la barra que el mesero se embolsilló alargándole luego el trago de thinner. Y así fue como después de algunos tragos quedó despintada y se fue.


Caen

I

Todo cae al contacto más inútil de mi mano
                    lo que no simplemente
           es que no me ha sido dado.
Pero pongan al alcance de mi mano cualquier cosa
                -una rosa-
               y observen
cómo no puedo apretarla un segundo, ya que antes
               se reduce a polvo impalpable
                           se aniquila
                  dice adiós sin conocerme.
                         Lo que no simplemente
                  es que no me ha sido dado.


II

Estoy cayendo. No lo ves. No escuchas como
cada vez llueve menos, así es como suena,
  cada vez menos gotas. Pero yo quiero decir
    que también cada vez
    llueve un poco más cerca.
           Más cerca de mí.
         Y así: dudosa pero inevitablemente
            caeré hasta el final
            y aún (del final)
             caeré
           tanto tiempo como llueva o como acabe…

                        de caer.


III

Mi boca es una caja de sorpresas
      (¿por qué digo sorpresas?
             :así son las palabras)
               Allá en el rincón.

Gabriela Rendón V.



Pulsa mi costillar

Alguien pulsa mi costillar, arranca notas.
Y esto sucede dentro del frío –lectore mío- dentro del frío.

¿Fui nada más que el reflejo de Gretel sobre las aguas
y guardábame en los bolsillos migas de sol?

Mírame ahora –lectore mío- tengo la garganta constelada por lejía,
el cuerpo cifrado, constelada por lejía, el cuerpo que careció de tiempo
para que senos y voz fueran tridimensionales.

¡Acuéstate temprano! –le digo al helicóptero.
Alguien llegará rigurosamente entre sombras.

Estoy bella, es decir, la pesadilla es bella.
¡Y ese tabaco incendiado en los labios!
Y pulsa mi costillar. De cúbito venal.
Lectore frío y pulsa tu costillar.




I

Quiero saber lo real maniáticamente.
Mis lágrimas relente no debo argüir, sólo sufrir, fluir
y en cada cristal nos vemos bailando rabioso.
Sé del espejo endemoniado, ese que me desea
configurar suprasedienta –seno plástico yo-
así me concibe: armazón de naufragios.
Quiero saber lo real fuera de márgenes,
cercenarme la piel paulatinamente, arrojarla
después a los perros hambrientos –nada de hombre-
sólo perros miserables.

II

Luna aguillotinada ¡bébeme!, ¡bébeme mucho!
Tanto como lo dicten tus encarnados unicornios.
Vente boca y cuernos a desplazarte
por mis acequias. Luna cobayo de mala suerte.
¡Seme semen mortífero! Devuélveme
como si claridad, al coma del eucalipto.

Diana María Zapata

Santa Rosa de Osos. Artista plástica y docente de fotografía. En el 2007 estuvo a cargo de la primera edición de la revista Hojas blancas, Hojas negras; un poemario de Neo Autores Santarrosanos. En 2011 formó parte del equipo de trabajo para la publicación del libro de poesía Letras que hablan, donde se recopilan poemas de escritores santarrosanos que han estado en el anonimato para muchos. Ha participado en el Festival Independiente de Poesía Poetas Sin Voz desde sus inicios con la lectura de sus poemas. Algunos de sus escritos han sido publicados en las memorias de la revista de poesía Poetas Sin Voz.

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Otro muerto:

Ya no quiero forzar mis ojos para que permanezcan descansando sobre mi inconsciente, ese que ya decidió no hacer nada.

Ojalá estallaran mis retinas.

Me quedaría velando su  destrucción.

Esa muerte que no alcanza a ser más inútil que su inerte vida, ya antes existió un velorio sin tanto ritual, se enterró a puñados de tierra un fruto seco que fingió ser fértil, tantos nutrientes lo mataron, sólo engordaron su vacío, ni siquiera produjo esencia ese ensanchamiento… sólo eso, otro muerto, un recuerdo vago en las sombras de mi memoria…

…Hay algo que me inspira, sólo susurros repitentes intentan sostener algo de fe, repiten y repiten las mismas palabras, los mismos sonidos que se van creando con cada eco, el desaliento los va habitando y la fe se va alejando.

Huecos sordos, es en lo que en momentos se convierten nuestros espacios, silencios violados, cuyas fuerzas inútiles no pueden romper los nudos de todas esas razones que una vez sumamos y hoy nos atan a verdades impuestas por realidades ajenas.

¿Cuando fue que perdí la fe?

Ojalá lo recordara, pero sé que no es a ese momento al que debo regresar para reprocharme. Es irónico que ese sea el lugar donde habla esa verdad que insistía en contarme que todo fue un invento, que eso de fe no era más que otro de los mitos que recogen nuestros oídos, de historias que se repiten, con palabras de tonos diferentes, en tiempos distintos. 




Diálogos ciegos

No es tan simple  hacer silencios de tantos diálogos creados , de construir el contenido de informaciones dichas procesadas y grabadas, no es tan simple quedarse callado abrazando  a ideales perdidos, extraviados… a recuerdos que aunque tuvieron un sostén hoy no tienes soporte y habitan como presencias que enfrían la memoria.

Caminar hacia atrás olvidando el camino trazado por la experiencia no es suficiente. Inventar otra manera de deshacer los pasos sin borran las rastros tampoco ¿De qué hablo…? Ya aprenderé a decir algo más que palabras quebradas y carcomidas por el abandono al que las someto a diario. Oscuridad es lo que  proponen estos diálogos ciegos. La mayoría de las veces alardeo, los discursos en lo profundo suelen ser más crípticos,  porque se convierten en imaginarios subjetivos que no alcanzan a leerse con el mismo sentido en espaldas ajenas, las palabras sobre los muros suelen devolver lecturas que aportan solo un poco más del sentido que se propuso al escribirlas y ese poco no es una respuesta  a algunos interrogantes, porque se vuelve una pregunta más…

No haré más bulla… es suficiente la saliva que se pierde con tantas palabras que se direccionan a esas intenciones que sólo tienen soportes racionales, de esas que se alimentan de proyecciones mentales, que no incluyen experiencias, sólo conclusiones quizás apresuradas y motivadas por teorías y entendimientos dogmaticos, que se apartan de las confrontaciones a las que nos somete nuestra humanidad, sin considerar que tal vez el equivocarnos sea ya nuestro aprendizaje, y el confrontar la humanidad, nuestro entendimiento…

Valeria Yepes Pineda


Santa Rosa de Osos. Es maestra en formación. Ha realizado varias lecturas de sus poemas en diversos festivales y encuentros culturales en el municipio. Algunos de sus escritos han sido publicados en las memorias de la revista de poesía Poetas Sin Voz.

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Sueños
En momentos prefiero salirme de esta isla desierta,
navegar hacia tu regazo y llegar a donde pueda encontrarme contigo,
robarte mil besos, para poder esconderlos donde solo tú puedas llegar a ellos,
e indicarte el sitio por si algún día lo llegas a olvidar,
ese lugar donde sólo tuya quiero ser,
y si por casualidad llego a despertarme de ese sueño,
sólo quiero, amor mío, que compartas el tuyo conmigo,
y nunca salir de esto que estoy sintiendo,
porque seríamos uno solo, mi alma y tu cuerpo.



Deseo

Deseo, así sea a escondidas, estar solos
tú y yo y el aire,
ese que con tristeza rodea nuestros cuerpos,
sólo porque no encuentra vida útil
en ese juego de dos.

Deseo sentir tu silueta húmeda sobre la mía
y así saciar tu sed,
pues la sangre que busca tu cuerpo
ya corre río abajo
y mancha mi ser puro
dejando así caer la noche.

Deseo sentir el goce de tu alma
cuando estás conmigo,
y saber que esa fantasía no es solo mía,
porque tu sexo saca mi alma,
de donde se camufla todos los días,
escondiéndose de las impuras sociedades
y logrando llenarse de ti,
dejando a la intemperie del deseo
su pequeña imaginación.